Tus preguntas son bienvenidas
Julen me pasa un interesante escrito de Javier Martínez Aldanondo sobre el arte de preguntar. Empieza el texto con una pregunta, en torno al proceso de innovación “¿cómo se logra que una persona que quiere innovar tenga ideas que antes no tenía?”. Y la respuesta vuelve a las preguntas: “el elemento más importante para aprender es hacerse las preguntas adecuadas”.
No siempre lo hacemos “... ya desde el colegio hacemos justo lo contrario. La trayectoria educativa se mide por la capacidad de responder preguntas que tú no te haces (las hacen tus profesores) y por tanto no te interesan ... si años después te vuelven a preguntar lo mismo que estudiaste en el colegio, no lo puedes responder porque se te olvidó. No se trata de mala memoria sino que tu nivel de compromiso con aquellas preguntas era mínimo ... los adultos somos respondedores profesionales ... “
A partir de aquí, Javier nos plantea un reto: reaprender a preguntar, volver a nuestra infancia, cuando éramos unas máquinas de hacer preguntas “muchas de ellas descabelladas”. Nos dice también “... la pregunta dice mucho acerca de la persona que la formula ... cada vez que preguntas, demuestras interés por un tema (dime qué preguntas y te diré qué te apasiona) y también por otras personas ... preguntar te hace creíble, te hace consciente de tu conocimiento ...”
Pienso yo que una pregunta es "descabellada" si quién la escucha la enjuicia de ese modo, porque quién la emite seguro que la cree oportuna. Tal vez un modo de reaprender es evitar nuestros juicios negativos sobre las preguntas ajenas; en vez de pensar “¡qué pregunta más descabellada!” podríamos pensar, por ejemplo “¿qué le lleva a preguntarme esto? ... ¿qué me surge a mí, qué se viene a mi mente, imagino, ...?”
Nos lo podríamos autoimponer como un ejercicio, del mismo modo que nos autoimponemos ir al gimnasio. Siempre que nos pregunten una “aparente” tontería, intentar darle la vuelta ¿cuál es la parte positiva de esto?. Y, en sentido inverso, hacer preguntas, no limitarnos por el miedo ajeno a ser enjuiciados negativamente por nuestros interlocutores. Romper nuestros pensamientos: “¡qué va a pensar de mi si le pregunto esto!”. Lo pongo entre exclamaciones, no entre interrogaciones, porque a menudo presuponemos la respuesta y, simplemente, nos callamos.
¿Tal vez podríamos crear el club de los preguntadores, con un pin que nos identifique en la solapa: “tus preguntas son bienvenidas”?
No siempre lo hacemos “... ya desde el colegio hacemos justo lo contrario. La trayectoria educativa se mide por la capacidad de responder preguntas que tú no te haces (las hacen tus profesores) y por tanto no te interesan ... si años después te vuelven a preguntar lo mismo que estudiaste en el colegio, no lo puedes responder porque se te olvidó. No se trata de mala memoria sino que tu nivel de compromiso con aquellas preguntas era mínimo ... los adultos somos respondedores profesionales ... “
A partir de aquí, Javier nos plantea un reto: reaprender a preguntar, volver a nuestra infancia, cuando éramos unas máquinas de hacer preguntas “muchas de ellas descabelladas”. Nos dice también “... la pregunta dice mucho acerca de la persona que la formula ... cada vez que preguntas, demuestras interés por un tema (dime qué preguntas y te diré qué te apasiona) y también por otras personas ... preguntar te hace creíble, te hace consciente de tu conocimiento ...”
Pienso yo que una pregunta es "descabellada" si quién la escucha la enjuicia de ese modo, porque quién la emite seguro que la cree oportuna. Tal vez un modo de reaprender es evitar nuestros juicios negativos sobre las preguntas ajenas; en vez de pensar “¡qué pregunta más descabellada!” podríamos pensar, por ejemplo “¿qué le lleva a preguntarme esto? ... ¿qué me surge a mí, qué se viene a mi mente, imagino, ...?”
Nos lo podríamos autoimponer como un ejercicio, del mismo modo que nos autoimponemos ir al gimnasio. Siempre que nos pregunten una “aparente” tontería, intentar darle la vuelta ¿cuál es la parte positiva de esto?. Y, en sentido inverso, hacer preguntas, no limitarnos por el miedo ajeno a ser enjuiciados negativamente por nuestros interlocutores. Romper nuestros pensamientos: “¡qué va a pensar de mi si le pregunto esto!”. Lo pongo entre exclamaciones, no entre interrogaciones, porque a menudo presuponemos la respuesta y, simplemente, nos callamos.
¿Tal vez podríamos crear el club de los preguntadores, con un pin que nos identifique en la solapa: “tus preguntas son bienvenidas”?
3 comentarios:
Va a ser que tiene también cierto aire infantil e inocente. Preguntamos cuando reconocemos que no sabemos, que queremos algo que no tenemos en el mejor de sus sentidos. Sí, creo que mucha gente formaría a gusto parte de ese club ;-)
Habrá que darle forma, montar una conversación para crear el club
Un interesante club para quitar la vergüenza al no saber y compartir desde esos otros lugares fuera de lo competitivo.
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