Graham ya ha llegado a Bilbao. Ha conseguido finalmente su objetivo, una meta extraña, romántica, tal vez inútil; pero también bella. La vida está llena de pasos vanos que han contribuido a dar sentido a nuestras vidas.
El viaje de Graham es para mi un
referente. En este mundo de cambio, de internet, de blogosfera, de segundas y terceras vidas, viene bien mirar a un punto fijo. Los referentes son como los faros, siempre en el mismo lugar.
Hace unas semanas
Lula Towanda escribía sobre los areneros, una profesión, como los faros, inasequible al cambio, al movimiento. Se me ocurren otros ejemplos, otras situaciones vacunadas contra la reingeniería. Por ejemplo, un restaurante en una aldea remota que ponen productos de la matanza del cerdo que ellos siguen realizando del mismo modo que hace décadas. Por favor ¡qué no me lo quiten!.
O una función de ópera –por ejemplo,
La Flauta Mágica de
Mozart- con instrumentos originales de la época en que fue compuesta y estrenada, obviamente sin ningún elemento electrónico. Creo que se deberían hacer funciones de este tipo con la luz de velas.
Los referentes nos dan pistas para poner en su lugar las cosas nuevas, lo que se mueve. El referente de un blog es una conversación, una tertulia, una charla con un grupo de amigos. En una tertulia vemos a las personas con las que conversamos, sus caras, sus gestos, ... nos cuentan lo que hacen, lo que sueñan. Sabemos donde viven, que hacen, cual es su pasado. Pensar en una tertulia de amigos, en una conversación cercana nos puede servir para entender las posibilidades y las limitaciones de este nuevo mundo que se abre ante nuestras mentes.
Tengo la sensación de que seguimos todavía en fase experimental con esto de las nuevas tecnologías. Estamos todavía esperando para ver lo que nos permiten hacer, hasta encontrar su sitio real. Tal vez vivamos el espejismo de que nos sirven para muchos tipos de relaciones pero mi intuición me dice que reencontraremos el valor de una conversación en torno a un café, mirando a los ojos a personas conocidas, sin más elemento de comunicación que el aire que respiramos.