El valor del agua
Las bicis son para el verano pero no los blogs, no por lo menos en mi caso. Dos meses sin publicar es casi como para recordar todo de nuevo.
El verano si es tiempo de viajes, y viajando se tiene la oportunidad de realizar curiosas fotos, como la que adjunto, realizada en la Fonte Gaia, o fuente alegre, de Siena.
La paloma bebe sin restricciones, y también los muchos turistas que rodean la fuente, pero en este caso pagando habitualmente un mínimo de 1 euro por un botellín de un tercio de litro.
A la vuelta de mi viaje me piden en una pequeña tienda de barrio 30 céntimos por el mismo botellín: ¿se han confundido?, llego a dudar.
Poco después una amiga me cuenta que en Madrid está prohibido llenar las piscinas, pero pocos días después veo en la tele como el agua anega edificios tras una fuerte riada.
Es obvio, el agua tiene muy diferentes valores en función de distintas situaciones y lugares.
Esta obviedad me lleva a pensar en el diferente valor de las cosas y en un supuesto falso del que partimos habitualmente cuando medimos la satisfacción de la clientela: considerar que el valor esperado es fijo y que lo que varia es nuestra capacidad de respuesta como proveedores.
La realidad es que tanto el valor aportado por el proveedor como el valor esperado por las personas clientes son variables, y que por tanto no sería posible realizar una correcta medición sin tener en cuenta ambos parámetros.
No es lo mismo satisfacer a dos personas con diferente nivel de exigencia, aunque nuestro trabajo como proveedor sea el mismo, y una diferente valoración por su parte no puede ser interpretada exclusivamente en clave de calidad de respuesta.
Otra cuestión es ¿cómo medimos y analizamos el valor de las cosas, únicamente por su precio?